Día 164: Virginia Choquintel

En el día de hoy compartimos la vida de Virginia Choquintel, escrita por Alejandra Lisardo, son fragmentos extraídos de una entrevista realizada a Virginia Choquintel por el escritor Sergio Lausic Glasinovic, que junto a Sergio Salazar Cvitanic ,camarógrafo documentalista, visitaron Tierra del Fuego en el año 1994, se plasma en la realización del video: “Aferrándose a la vida”, al que Lausic subtítulo: “Testimonios de los últimos individuos de las estirpes patagónicas y fueguinas”, entrevista que fuera publicada en el Diario El Sureño, en la sección “Rastros del Río” del escritor Oscar “Mingo” Gutierrez.

Virginia Ángela Choquintel Napoleón nació un 20 de julio de 1942 en Río Grande. Sobre su padre Natalio Choquintel, Virginia recordaba: “todas las tardes venía a buscarme y me llevaba a pasear a caballo”. No recordaba “si conversábamos”, dijo, sin embargo.
Su madre, Magdalena Saenes, falleció en el año 1946 producto de una epidemia cuando Virginia tenía 4 años: “De mi mamá casi no me acuerdo… murió cuando era muy chiquita”, dijo una vez Virginia.

De joven, ella no hablaba lengua selknam, pero sabía quién era por testimonio de la tradición oral.
Virginia fue criada por las hermanas de la orden de María Auxiliadora, cuando quedó huérfana de madre y padre. La hermana Luisa Rosso, y especialmente la hermana Berta Weber. Por eso, fue pupila en la Misión Salesiana de Río Grande en donde su identidad cultural quedó relegada. Virginia nunca comprendió porqué las religiosas no la entregaron a su madrina, Ángela Loij: “Me gustaría estar con Ángela Loij, yo ayudándola a ella o ella cuidándome a mí. No importa. No sé cuántos años tendría ella. Ella era la madrina de bautismo mía”, relataba.
En la Misión Salesiana realizó sus estudios básicos y vivió gran parte de su vida alli. Se conservan aun sus primeros cuadernos y bordados infantiles.

De esos tiempos, en la Misión, Virginia recuerda que había cerca de 30 niños y niñas; junto a los niños nativos estaban los hijos de los colonos que vivían como internos.
“Nosotros teníamos que saber cantar el Himno Nacional de Chile y el argentino. Tal vez porque había alumnos chilenos también, y nos hacían hacer la banderita chilena. Y cantábamos en latín la misa, como los responsos. Las chicas del María Auxiliadora íbamos a la Escuela Nº2 porque no había todavía maestras. Nos llevaba y nos traía las hermanas, me pesa a mí la tristeza de no tener nadie de mi sangre. Porque la necesito. Yo a veces converso sola”, lamentaba Virginia.

Ella sabía coser y bordar, lo había aprendido en la Misión. Con las religiosas también aprendió algo de música.
Los recuerdos de Virginia se hacían muy difusos al hablar de sus antepasados y de su pueblo: “De las matanzas de indios no sabía nada, a mis abuelos los habrán matado… recién me enteré de las matanzas hace algunos años”.
Cuando esos comentarios llegaron a sus oídos trató de obtener información: “Yo tuve curiosidad, por saber de las Onas. He leído un libro, pero después lo cerré y no lo volví a abrir más, me ponía muy mal…”, contó una vez.

Por problemas de salud Virginia fue derivada al patronato de menores de Río Gallegos. En esa ciudad vivió por 20 años realizando tareas domésticas.
Luego se fue a vivir a Ramos Mejía, en Buenos Aires, hasta el año 1988. Durante 10 años ayudó a criar a los hijos y nietos de su amiga Sonia Navarro, formando así una familia que la acogió entre sus integrantes.

Pero en la década de los años 80 conoció a quien fuera su gran amor y esposo, Antonio “Nino” Citraro, hijo de inmigrantes italianos procedentes de Sicilia. Con él, contrajo matrimonio, aunque él era muchos años mayor que ella, y no tuvieron hijos.
Virginia solía contar de sus noviazgos, que salía mucho a bailar cuando estaba en Buenos Aires. Y aseguraba que, a pesar de haber tenido una vida triste, se sentía feliz junto a su esposo Nino.

En la misma década que conoció a Nino, Virginia fue reconocida como una de las últimas selknam existentes.

En 1989 y a través de la Municipalidad de Río Grande y de Acción Social de Tierra del Fuego, lograron repatriarla a su ciudad natal; obtuvo su Documento Nacional de Identidad, que hasta entonces no poseía; le otorgaron una pensión graciable equivalente a una categoría 20 de gobierno y una casa en Chacra II. Con todo esto, se estableció en esta ciudad de Río Grande, cuidando a su esposo que ya era muy mayor y padecía diabetes.

Recién entonces fue, que empezó a conocer su pasado y el de los suyos. Alcanzó notoriedad y muchos estudiantes comenzaron a visitarla: “Me preguntan si yo sé cómo hacían fuego los indios, yo no sabía, ellos me decían que, con piedras, ahora ya lo sé. Me hacían muchas preguntas, al final ellos sabían más que yo…”, reconoció.
Hasta por hoy, continuamos con la vida de Virginia Choquintel, mañana.


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