Chocolatería “Mamá Flora”, un espacio de inclusión y dulzura

La Chocolatería “Mamá Flora” ha sido un faro de inclusión y solidaridad durante más de dos décadas. Susana Molayoli, la propietaria, comparte con orgullo la historia detrás de este negocio que no solo ofrece delicias dulces, sino también oportunidades para aquellos que enfrentan desafíos únicos en la vida. Una de las historias más conmovedoras es la de Florencia Solán, una compañera de trabajo que tiene 38 años y desde hace 20 que trabaja allí. Egresada de una escuela especial, Florencia encontró en “Mamá Flora” un lugar donde sus habilidades eran valoradas y su inclusión era una prioridad. Esta hermosa historia de vida e inclusión que relataron en AIRE LIBRE FM.

“Hace 25 años, Mamá Flora abrió sus puertas en la esquina de Piedra Buena e Irigoyen”, recuerda Susana con nostalgia. “Fueron tiempos muy duros, especialmente durante el 99 y el 2000. Pero sabíamos que lo que ofrecíamos era rico y valía la pena”, agregó.

 

Una de las historias más conmovedoras de Mamá Flora es la de Florencia, una compañera de 38 años que ha estado con el negocio desde sus inicios. Florencia, egresada de una escuela especial, encontró en Mamá Flora un lugar donde sus habilidades eran valoradas y su inclusión era una prioridad.

 

“Florencia es una compañera que tiene ya 38 años. Se incorporó a nuestra chocolatería hace 20 años”, comparte Susana con cariño. “La idea surgió porque yo siendo docente tenía alumnos integrados y siempre, digamos, tenía este espíritu de inclusión incorporado en mi manera de vivir”, explicó.

 

La iniciativa de incorporar a Florencia al equipo fue apoyada por la comunidad escolar y los padres de Florencia. “Los papás estuvieron, por supuesto, conformes con esta propuesta”, afirma Susana. “Siempre ha tenido compañeras y en eso también hay que reconocer la solidaridad, la humanidad del equipo que trabaja en Mamá Flora, para acompañar el trabajo que ella hace”, añade.

 

Florencia, por su parte, recuerda con alegría sus primeros días en su trabajo: “Me sentía bien. Mi mamá me trae y me busca. Hago cajas, lavar, seco los platos, hago cubiertos, paquetitos, ordenar paquetes, juguetes”, comparte con entusiasmo. Este comercio se encuentra en Belgrano y Obligado, de Río Grande.

 

La historia ha inspirado a otros negocios y empresas a seguir su ejemplo de inclusión y solidaridad. “La idea es que se pueda considerar esta posibilidad, que no es imposible, que es un pequeño granito de arena que podemos aportar a hacer una sociedad más justa, más equitativa, más inclusiva”, destaca Susana.

 

En un mundo donde la diversidad es una fortaleza, Mamá Flora brilla como un ejemplo de cómo el amor, la solidaridad y la inclusión pueden transformar no solo un negocio, sino también vidas enteras. “No me he arrepentido de haber tomado la decisión de habilitar este espacio”, concluye Susana con satisfacción. “Hay muchísima gente que está a la espera. No es tan complicado”.