La gastronomía fueguina recibe a una joven recien egresada

Con apenas 18 años, Ludmila Uribe ya tiene un camino recorrido digno de admiración. Esta joven fueguina inició su carrera en gastronomía a los 16 años, mientras cursaba el último tramo del secundario. “Arranqué en quinto año, en el IGA del Cano, y compartía clases con personas de todas las edades”, cuenta con entusiasmo. Su formación fue en Alta Cocina, una carrera abierta al público en general y muy flexible, ideal para quienes, como ella, tienen pasión por la cocina.

Desde pequeña, Ludmila se vio obligada a cocinar por necesidad, ya que su familia trabajaba todo el día. “Mi mamá me dejaba notitas explicándome cómo hervir agua para los fideos”, recuerda entre risas. Con el tiempo, esa obligación se transformó en gusto, luego en pasión, y hoy en día es parte de su proyecto de vida.

Además de estudiar, baila en dos agrupaciones coreográficas, ensaya los fines de semana, feriados y organiza su tiempo entre la danza y la cocina. “Soy una persona que no puede quedarse quieta”, confiesa. También ha iniciado la carrera de Seguridad e Higiene a distancia, con la idea de mudarse a Buenos Aires para continuarla de manera presencial. Esta nueva etapa también está ligada a su vocación, ya que considera fundamental la seguridad alimentaria dentro del ámbito gastronómico.

Uno de los momentos más importantes de su formación fue la presentación de su tesis final, que tituló “Simple”, un reflejo de su personalidad. “Me ayudó mi mamá a elegir el nombre. Soy una persona sencilla y quería algo que me identificara”. En ese trabajo, Ludmila investigó la cocina autóctona de la región y desarrolló un plato propio a base de calafate, con ayuda de su tío Santiago, también chef, y mentor clave en su proceso.

A pesar de las dificultades —como la intolerancia al gluten que le fue diagnosticada durante la carrera—, Ludmila se adaptó, aprendió, y en muchos casos se vio obligada a probar preparaciones que no podía consumir o que no le gustaban, como los mariscos.

Actualmente, está en búsqueda de oportunidades laborales para adquirir experiencia en cocinas profesionales. Ya ha participado como ayudante en eventos gastronómicos y reconoce la diferencia entre cocinar por placer y hacerlo bajo presión en un restaurante: “No hay tiempo de pensar, tenés que actuar con lo que sabés”.

Para financiar sus estudios y su pasión por la danza, Ludmila junto a una amiga vende sorrentinos caseros de calabaza y mozzarella, a $8.000 la docena, un emprendimiento que crece mes a mes. Los pedidos se realizan al 2964 45-4575.

El sueño de Ludmila es claro: seguir creciendo, aprender y trabajar en lo que ama. Su historia es un ejemplo de que, con esfuerzo, vocación y constancia, es posible trazar un camino sólido desde temprana edad.

“Cuando dicen que los jóvenes no tienen ganas, hay que mostrar historias como la de Ludmila.”


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